
La sociedad insostenible
Se fue el 2015, fecha establecida para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio[1], resultado de un consenso suscrito en el año 2000 por 189 países del mundo para erradicar la pobreza extrema y el hambre, mejorar la cobertura, calidad y equidad en la educación y la salud, revertir el deterioro ambiental y superar la desigualdad de género.
¿Es posible construir este mundo? ¿Cómo, bajo qué enfoque o criterios? Es indudable que hablamos de problemas de convivencia y de supervivencia, que aunque afectan a los individuos, involucran a sistemas sociales constituidos en diferentes escalas: familia, empresa u organización, región, nación, bloque internacional e incluso el planeta entero. De aquí que preguntas como las anteriores deban ser abordadas desde un enfoque sistémico.
La sociedad misma debe entenderse como un sistema constituido por subsistemas: biológico, económico, político y cultural, etc.. De aquí que las visiones parciales o sectoriales que intentan resolver problemas sociales como los planteados estén destinadas a fracasar. Tal es el caso de los “modelos” de desarrollo que nos han sido impuestos históricamente, al margen de los adjetivos que se han considerado más apropiados en cada uno de ellos —endógeno, sostenible, humano, etc.—. La relevancia, o irrelevancia, de lo que podríamos llamar desarrollo es construida por los significados culturalmente atribuidos a su naturaleza y por las relaciones políticamente establecidas para su dinámica, y no por sus adjetivos, que parcializan el problema e incluso la propia idea del desarrollo.
Por lo general, estos “modelos” de desarrollo han sido concebidos en contextos ajenos, con una idea de universalización, más para viabilizar y legitimar el crecimiento económico de unos cuantos que para garantizar el bienestar social. El desarrollo auténtico es multilateral, pero también contextual, por lo que no hay recetas simples ni de aplicación universal.
El mundo que habitamos es cada vez más absurdo a fuerza de regirse por un orden inadmisible e insostenible, un orden creado bajo la falsa dicotomía del superiordesarrollado y el inferior subdesarrollado, inequidad que privilegia la marginalidad más que la participación, la fragmentación más que la cohesión social y la dictadura más que la democracia, todo lo cual nos arroja a la inestabilidad que hoy amenaza la subsistencia misma de la humanidad.
Este blog no pretende dar una respuesta definitiva a estos complejos problemas, sino meramente arrojar algunas pautas para la reflexión de algunos temas que se consideran centrales para la construcción de una sociedad sostenible, abordados mayormente y por necesidad, desde su ausencia o negación, dadas las perspectivas de la sociedad actual de la que todos formamos parte.
Un tema central en este sentido es el crecimiento de la inequidad social como parte constitutiva de la dinámica del capitalismo en el que estamos inmersos. Es decir, la inequidad no es una consecuencia no deseada del modelo económico preponderante, sino el eje sobre el cual se construye.
Este modelo nos ha hecho aceptar como natural la superioridad de unos —los desarrollados— y la inferioridad de otros —los subdesarrollados—, para creer que unos pocos nacen favorecidos y otros muchos nacen desfavorecidos. Hemos tomado como propia —universal— la visión de mundo del superior, adoptando su sistema de ideas para interpretar la realidad, su sistema tecnológico para transformar la realidad y su sistema de poder para controlar la realidad, sistemas que condicionan la naturaleza de las relaciones de producción, modos de vida y cultura.
Así, hemos aceptado el proceso histórico, global y desigual, a través del cual ocurre la creación y apropiación de la riqueza. Hemos asumido que a cambio de la generosidad delsuperior —hoy llamada cooperación internacional por la cual competimos—, el inferiorfacilita su acceso a mercados cautivos, materia prima abundante, mentes obedientes y mano de obra barata y disciplinada. Hemos permitido el derecho del más fuerte en las relaciones internacionales: el superior tiene el derecho a la dominación y el inferior la obligación a la obediencia, incluso aceptando el uso de la mentira para legitimar la agenda oculta del superior detrás de sus invasiones e interferencias contra el inferior, a riesgo de situarnos como anormales, innecesarios, inconvenientes o peligrosos siempre que no estemos de acuerdo.
Finalmente, hemos asumido que para superar el fenómeno de la inequidad y la pobreza basta trabajar con sus síntomas, los pobres, sin cuestionar ni superar las relaciones asimétricas intrínsecas al fenómeno estructural de acumulación de capital. Basten como ejemplo los ya mencionados Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Estos y otros problemas inherentes al modelo económico neoliberal actual, se han achacado a otro fenómeno que está determinado o forma parte del propio modelo económico: la globalización, expresión de apariencia sociopolítica neutral que pregona progreso y bienestar para todos, pero que lleva a una escala planetaria la inequidad al magnificar el poder del libre mercado y sostenerse en el desarrollo científico-tecnológico.
Analicemos el ejemplo de un producto cualquiera, ya sea una prenda deportiva o un medicamento. La investigación y el desarrollo de dichos productos se harán en un país desarrollado o superior, poseedor de los conocimientos y la tecnología necesarios, por lo que este país adquirirá los derechos exclusivos para su explotación comercial. Este mismo producto se maquilará a un costo conveniente en un país subdesarrollado oinferior, dejándole a éste apenas los beneficios de un empleo con salarios bajos —que en muchas ocasiones no se acerca siquiera a un trabajo decente o digno, en el sentido de la Organización Internacional del Trabajo—, pero todo el costo social y ambiental. Sin embargo, este mismo producto saldrá a la venta al mismo precio —alto o impagable para el inferior— en el mundo entero. Esto se justificará bajo argumentos de que el que el valor agregado está en el conocimiento, o que la innovación es el motor del desarrollo, mismos que si bien pueden validarse en determinados contextos, profundizan y perpetúan la inequidad.
Es decir, no se globalizan los salarios, ni el empleo, ni el acceso a la información y al conocimiento. Los mismos factores que para unos pocos devienen en progreso y bienestar, para otros significan un alargamiento de las brechas hasta casi llegar a un punto de no retorno. Esto es particularmente verificable ante el advenimiento de la época histórica posindustrial, también llamada sociedad de la información o sociedad del conocimiento (Bell, 1976; Drucker, 1995; OECD, 1996; Castells, 2002; David y Foray, 2002).
Citando al PNUD (2001), en su Informe sobre Desarrollo Humano: “la tecnología se crea en respuesta a las presiones del mercado, y no de las necesidades de los pobres, que tienen escaso poder de compra”. De esta forma, el progreso científico-técnico está al servicio del mercado y de la rentabilidad de las llamadas empresas multinacionales o trasnacionales, que en realidad son empresas nacionales que se establecenconvenientemente en los países que mejor favorecen a sus intereses, aún con el beneplácito y los arreglos institucionales de sus gobiernos. En gran medida son estas empresas las que deciden lo que debe ser investigado, cuándo, cómo y en qué grado deben divulgarse los resultados de la investigación, y a qué precio se venderán estos resultados.
No es de extrañar que en los países desarrollados, que cuentan con aproximadamente el 20% de la población mundial, se registren más del 90% de las patentes y se invierta en investigación y desarrollo una cifra que supera el producto interno bruto (PIB) de los 80-90 países más pobres del mundo. De esta inversión, más del 60% la hace el sector privado, por lo que tampoco es de extrañar que el rumbo de esta investigación y el uso de sus resultados esté en función de una demanda solvente y consumista, ávida de toda clase de satisfactores, más que de una necesidad acuciante de bienes para la subsistencia. Por ejemplo, el 90% de la carga mundial de enfermedades, merece apenas el 10% del gasto mundial en investigaciones para la salud (PNUD, 2001). Las curas para las enfermedades de los pobres carecen de viabilidad de mercado.
Por otra parte pero también a nivel global, estos factores han favorecido la concentración de la riqueza en un reducido número de grupos empresariales o financieros, asentados en los países desarrollados y que controlan casi la totalidad de la estructura productiva mundial, las ya mencionadas multinacionales.
Todos estos desequilibrios son un caldo de cultivo para la inestabilidad del sistema social al provocar las recurrentes crisis financieras, como la que ahora atravesamos, y condicionar el dinamismo del sistema económico real con impactos en el mundo entero, que se hacen evidentes en una polarización creciente en la distribución del ingreso entre países y dentro de ellos, en la distribución del empleo, de la educación y del acceso al conocimiento, y del uso y abuso de los recursos naturales en aras del progreso.
Es decir, lo insostenible del sistema social actual no radica únicamente en un funcionamiento inestable de su economía, sino en la conformación de una estructura social excluyente que se convierte en una dictadura —opuesta al concepto de democracia como medida de la participación de una comunidad o población en el ingreso, el poder y la cultura— que limita las posibilidades de realización humana a millones de personas y que compromete el futuro de otras tantas con sus continuas agresiones ambientales.
La marginalidad consiste justamente en la exclusión de algunos a cuando menos uno de los subsistemas sociales. Por ejemplo, el desempleo implica una exclusión económica que puede repercutir también en una exclusión cultural, política y biológica, al igual que el analfabetismo o el hambre.
Ciertamente, los más vulnerables son los países que poseen un mayor índice de desigualdad en los ingresos, medido por el índice de Gini (Galbraith y Berner, 2001), pero difícilmente el sistema iría al colapso como un resultado simple del accionar de su economía. Son los efectos sociales y ambientales de una economía explotadora que restringe las posibilidades de desarrollo los que ponen en riesgo la continuidad de la vida social en el mundo.
Lo que se requieren pues, son medidas racionales aplicables a la gestión de los recursos comunes a grupos sociales en contextos específicos. Diversos estudios tratan este problema de los recursos comunes (cf. McCay y Acheson, 1987; Ostrom, 1990). La gestión de un recurso será racional solamente si la cuota de explotación es menor que la tasa neta de reproducción del recurso, dado que éste sea renovable o se pueda reproducir de alguna forma.
No todo lo que es posible es necesariamente relevante para todas las formas y modos de vida. Cuando las condiciones, relaciones y significados que generan y sostienen la vida social están en cuestión, la relevancia de lo que debe ser hecho ha de emerger de procesos racionales con la participación e inclusión de los diferentes actores sociales, y no apenas de las decisiones y en función de los intereses de quienes detentan el poder o el dinero.
No podemos sobrevivir al estado presente del mundo y de la sociedad porque el estado presente del mundo y de la sociedad no tiene porvenir. No para todos.
Referencias bibliográficas
Bell, D. (1976). El advenimiento de la sociedad posindustrial. Alianza Editorial, Madrid.
Castells, Manuel (2002). La era de la información: economía, sociedad y cultura. 3 Vols. Siglo XXI, México.
David, Paul A. y Foray, Dominique (2002). “An introduction to the economy of the knowledge society”. International Social Science Journal. Vol. 54 (171): 9-23
Drucker, Peter (1995). The Post-Capitalist Society. Butterworth-Heinemann, Oxford, UK.
Galbraith, James K. y Maureen Berner (2001). Inequality and Industrial Change: a Global View. Cambridge University Press, Cambridge.
McCay, Bonnie y James M. Acheson [eds.] (1987). The Question of the Commons: the Culture and Ecology of Communal Resources. University of Arizona Press, Tucson.
Naciones Unidas (2008). The Millennium Development Goals Report, 2008. United Nations, Nueva York.
OECD (1996). The knowledge based economy. OECD, París.
Ostrom, E. (1990). Governing the Commons: the Evolution of Institutions for Collective Action. Cambridge University Press, Cambridge.
PNUD (2001). Informe sobre Desarrollo Humano. Ediciones Mundi-Prensa.
[1] Véase el sitio: www.un.org/millenniumgoals
2 Comments
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