Por una agroindustria inteligente

Por una agroindustria inteligente

Las cadenas agroalimentarias están experimentando variaciones importantes. Esto incluye, entre otros factores, la aparición de nuevas prácticas comerciales y de cambios en las normativas y políticas agropecuarias, así como la industrialización secundaria y terciaria del campo, impulsada por la competencia global, el acelerado desarrollo tecnológico y los nuevos modelos de consumo.

¿Cómo pueden los productores agrícolas y la industria de alimentos adaptarse de manera ágil y flexible a tales cambios? Por principio tendrían que estar enterados del arribo de dichos cambios. Más aún, tendrían que ser capaces de anticipar o prever su aparición mucho antes de que comenzaran a sufrir sus efectos, con el tiempo suficiente para desarrollar nuevas estrategias y capacidades que les permitan acomodarse a las nuevas variables del entorno. Tendrían también que saber interpretar las variaciones del entorno, actuales o futuras, en términos de las amenazas y las oportunidades que representan. Y finalmente, tendrían que generar el conocimiento que les permitiera emprender efectiva y oportunamente las acciones que les lleven a minimizar o atenuar los impactos negativos y a sacar el máximo provecho de la nueva situación.

Es decir, la agroindustria tiene que actuar de manera inteligente, basándose en el conocimiento y la predicción de su entorno competitivo completo, y desarrollando las tecnologías, procesos, productos, formas de organización y mercados que le permitan generar ventajas competitivas de manera sistemática. Es aquí donde disciplinas tales como la vigilancia –comercial, tecnológica, normativa, o simplemente vigilancia del entorno competitivo, así sin apellidos, y la inteligencia competitiva tienen una plena aplicabilidad.

En este sentido, es preciso desarrollar los mecanismos que permitan que la práctica de estas disciplinas vaya permeando efectivamente en el ser y quehacer de las organizaciones agroindustriales de cualquier tamaño, desde los pequeños productores a las grandes empresas del ramo alimentario.

Pero más aún, es preciso desarrollar esquemas que faciliten la migración de la agricultura de pequeña escala a esquemas más estructurados de producción y abasto, articulando a pequeños y medianos productores en cadenas agroindustriales de valor agregado que podrían compartir una serie de servicios de abastecimiento, producción y comercialización para la generación de economías de escala y de alcance o el desarrollo tecnológico conjunto, propiciando el desarrollo de una auténtica inteligencia colectiva que actúe a favor del desarrollo regional sustentable.

Esperemos que un auténtico ánimo de reformas llegue a los organismos responsables de la agricultura y el desarrollo rural en nuestro país y nuestra región para efectivamente mejorar las condiciones del campo y su gente.

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